martes, 23 de septiembre de 2008

El retrato lùcido

imagen por Cherry Wood


En mi vida había visto semejante obra artística, juraría sin temor a exagerar que al ver la pintura mis sentidos se erizaron sin explicación alguna. Era aquel cuadro un retrato que de mirarlo con quietud parecía cobrar vida y embarcarte a otra superficie. Los labios evocaban un conjuro tan maligno como seductor que te invitaban a pecar y temerle al mismo tiempo, el cabello rizado lucía de tal forma que sus finísimas texturas parecían reales. Los gestos de pánico y misericordia, las muecas de tristeza y resignación provocaban que la mirara sin tomar descanso; pero lo que más me llamaba la atención eran sus ojos, la mirada penetrante se clavaba en mis pupilas y lograba encausarme hacia un arrepentimiento moral como si me culpara de un crimen cuyo asesino encarnara en mí.

Tuve ganas de tocarlo pero fue más el miedo de provocarle una lesión, y es que era el rostro tan perfecto y tan humano que una réplica del mismo debía costar una fortuna; además la mezcla de radioactividad y tensión contenidas en el retrato me orillaban a pensar que detrás del botón de su diadema se encontraba un agujero disimulado de una puerta abierta hacia otra dimensión en la que una bruja nefasta planeaba robarse las almas de los espectadores , pues de tan solo mirarlo sentía como un brote de energía me era robada escapando de mis manos y dificultándome la respiración. Necesitaba escapar del retrato, pero mis esfuerzos eran opacados por el imán de la atención que me retaba a descifrar un misterio que bien podía encajar con la investigación que me fue asignada, aunque esto significara asumir un riesgo letal.

Me preguntaba si la señora Morgan estaba enterada sobre los poderes de su cuadro, pero cuestionar tan improvistamente a una dama tan respetada en ciudad Versalles era quemar sobre la fogata una carta clave en el juego. Debía contenerme a cuestionarla tan impulsivamente y resignarme a idear un mecanismo implícito para hacerla responder sin que se diera cuenta, finalmente era ella la propietaria de la obra, ella y nadie más. No podía correr el riesgo de morir en la batalla sin esclarecer mis dudas.

Sospechaba que alguien me miraba desde algún punto de la maquiavélica galería de cuadros circunscritos, porque una luz incandescente iluminaba mi perfil izquierdo para dificultarme la observación. Después los cuadros de Van Gogh, Picasso y Wood se elevaron 5 centímetros de su ubicación inicial abriendo paso a una franja blanca sobre la pared que invitaba a mirarla sin querer por el contraste radical con la oscuridad predominante en el recinto. En ese grado de luz era ya difícil hacer uso de la vista. Después, un grito distorsionado llegó hasta las bocinas de alta frecuencia calando insoportablemente en mis oídos. Deje entonces de pensar en la disfunción de mis sentidos pero la falta de aire comenzaba ya a desventilar mi cerebro, y sin poder pensar de manera efectiva, buscar una salida se tornaba un laberinto. Lo último que podía hacer era caer al piso dejándome vencer por un vértigo superior a mí, pero aun debilitado rendirme era impensable.

Sentía que un individuo estaba cerca porque unos pasos bien marcados por el pasillo se detuvieron al roce de unos pies contra mi cara. Y fue entonces como aun sabiendo que encontrarle forma a cualquier figura en las condiciones en las que me encontraba era tarea difícil, pude reconocer en la silueta de aquel personaje a la mismísima Deborah Morgan, quien con esa voz imponente y gutural característica se dirigía hacia mí diciendo:



¡Bienvenido a casa señor Enríquez!


Continuará…
®Adrián Mariscal-2008

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya espero ansiosa la segunda entrega...

Soy ficción dijo...

Y yo.

Equipo Editorial dijo...

tendràn una segunda entrega, me comprometo a continuar con la historia...

Un abrazo a las 2!

senses and nonsenses dijo...

escribes muy bien. muy bonito.
pues esperaremos a la segunda parte.

un abrazo.

English Little Pills dijo...

Buen comienzo, si señor. Me alegro de haber estado liada y no haber podido pasar por aquí antes, así se me hará más corta la espera.