martes, 26 de agosto de 2008

La quinta demencia


Imagen por A fear called treason


Cuando murió, todos en casa parecían pisar otro mundo. No había mención ni de la más minúscula palabra, era como si el lenguaje verbal dejara de existir y reviviendo a la comunicación ancestral los sonidos y las imágenes cobraran todo sentido. Bastaba mirarles a los ojos para percibir la más miserable de las emociones humanas, la forma más ausente de morir en vida. Unos frente a otros no pactaban compartir miradas, se desconocían completamente, hubo un momento en que una mujer tocó las manos de su contiguo pero sólo fue para arrebatarle un pañuelo. Tras las ventanas, se encontraba esa calle con ruidos nefastos como el aleteo de un pájaro, el caminar de un niño o la caída de las hojas de los robles, hasta el soplido del viento retumbaba escandaloso entre ese luto contenido.

Era otoño, y no sólo caían las hojas, caían a mares los lamentos desde el techo, caían los rostros y los cuerpos de los afectados hasta el suelo donde se apilaban unos sobre otros, caía la luna tras la tarde repetitivamente y sin darme cuenta también caía un llanto que mojaba mi cara: no eran mis lágrimas como habrían de entenderse, eran las de un par de adultos ligeramente viejos que afirmaban entre quejidos que el difunto había muerto injusta y prematuramente, por un momento me recordaron a mamà y papá pero dudé más de una vez en asegurarlo porque ellos nunca lucieron tan decaídos, sus bocas se abrían desesperadamente y lanzaban gritos que hacían eco contra la pared, los otros parecían no mirarles, en realidad a nadie le importaba nadie, cada quien en su órbita lidiaba con su propio dolor. Pensé en llamarlos egoístas por tanta aberración al sufrimiento ajeno, pero una risa incoherente al ambiente interrumpió mis intenciones, volteé alrededor para señalar entre tanta gente a semejante descarado, hasta notar que la risa discordante emergía de mí, que era yo quien entre llanto y risa se desgarraba por reconocer en el féretro ese rostro sin vida que algún día el espejo me mostró.




®Adrián Mariscal-2008

viernes, 15 de agosto de 2008

Ese cuento cotidiano


Cuando Bella despertó sabía que habían pasado 100 años desde aquel hechizo que la mantuvo dormida durante tanto tiempo – ¿dónde está mi amado príncipe? – se preguntaba histérica, pues si mal no recordaba, el beso de un apuesto príncipe que le propondría matrimonio sería el antídoto contra el hechizo de esa malvada bruja. Esperar despierta le provocaba pánico, ¿en qué clase de cuento se encontraba?, y para no impacientarse se dirigió al tocador de su habitación para dedicarse a su arreglo personal, desconocía los motivos de la tardanza del príncipe Azul, pero fuera cual fuese el motivo no había pretexto para que no la encontrase espléndida. El pánico la invadió de nuevo cuando al verse al espejo pudo apreciar que sus ojos lucían màs ojerosos que los de una hembra mono en época de apareamiento, su cabello no podía estar màs opaco y enmarañado, bien podía ser usado para la escoba de la bruja màs terrorífica de la ciudad real. Ni que decir de su piel, lucía traslúcida y cansada - ¡OH No! – exclamó Bella, avizorándose de que 100 años no pasaron en vano sobre su rostro y su cuerpo. Sin resignarse, tomó algo de maquillaje para disimular la hinchazón de los ojos: un poquito de sombras y un poquito màs de corrector facial, después con un peine comenzó a acariciar su cabello para darle un reacomodo, finalmente un brillo labial para combatir la sequedad de su boca, pues todo debía estar listo para el beso de su esperado príncipe.

A continuación volvió a su cama y acostándose en posición fetal se forzaba a dormir para no alterar el final de la historia…pero para su sorpresa, el reloj seguía marcando las horas y ningún hombre aparecía. Por un momento creyó que el escritor del cuento que protagonizaba siempre mintió, sobretodo en la parte en que narra que al despertar después de 100 años se encontraba tan joven como siempre, y por supuesto empezaba a dudar también de la existencia del príncipe. - ¡Maldito seas Charles Perrault! – gritaba Bella y simultáneamente lloraba inconsolable, sus gritos se confundían con el llanto y viceversa, o tal vez ambos sentimientos eran parte de la misma rareza.

De repente, un hedor insoportable empezó a distraerle tanto que se olvidó del llanto, apestaba a hospital sin presupuesto, una mezcla entre medicamentos letales y ese olor que tienen los lamentos y la desesperanza en un lugar como tal, así de inexplicable era el hedor. Miraba hacia al suelo, y meditaba en que éste junto con el techo formaban una quinta y sexta pared que la encerraban en un cubo histérico. Después en el cubo se abrió una puerta y miró unos pies caminando hacia ella, un dejo de alegría y otro tanto de melancolía se acumulaban en esa sonrisa espontánea al reconocer a un hombre, se trataba de “Azul”, ¡sin duda era su príncipe Azul!...Bella corrió a abrazarlo y como para comprobar una vez màs que la realidad poco concordaba con el libreto del cuento ella fue quien le robó el beso, pero el beso tampoco resultó ser esa enorme experiencia que creyó, ni siquiera fue correspondida y sintiendo furia por el rechazo atentó contra él: un golpe en el pecho y después otro en el hombro fueron la respuesta a la indiferencia, y cuando se disponía a abofetearlo, Azul le sostuvo el brazo y gritó el nombre de una mujer que le trajo a Bella malos recuerdos, le pidió a esa mujer que le colocaran una camisa de fuerza y la calmaran…Bella no recuerda nada màs después de eso, sólo unos lamentos confundidos con sus recuerdos y un espacio blanco que la rodeaba, comparaba a ese espacio con una página en blanco. Seguro que esa mujer era la bruja que celosa por encontrarse con el príncipe la envió a dormir durante 100 años màs…

















¿Está seguro que el calmante para dormir es lo mejor que podemos hacer para ayudarla? – preguntaba la enfermera Sarah al Doctor Henrik.
- Descuida, dejo de ser un psiquiatra si ese suplemento somnífero no es eficiente para calmar su ira. Desde que su familia la entregó al manicomio ni las terapias han servido para sanarla del trauma de haber sido desertada en plena boda por quien creyó el amor de su vida. ¡Pobre Aurora!, al parecer estaba tan despechada que se impidió la posibilidad de conocer a alguien màs creyendo que quien la traicionaba era su verdadero príncipe Azul, y fue entonces como el real nunca llegó. Ahora sólo le queda el mismo nombre que el de la Bella durmiente, ja, ese cuento cotidiano.

El Doctor Henrik dio a Sarah una palmada en el hombro al notarla preocupaba, se justificó diciendo que el presupuesto del manicomio no daba para màs, además aún quedaban muchos enfermos por atender y le mencionó que por si no fueran suficientes los locos del manicomio, fuera de él había millones de ellos sin tratarse, sólo se diferenciaban de los internos en creerse cuerdos y transitar por la vida como si no fueran concientes ni de ellos mismos, como si en cada uno se encontrara un mundo distinto que les impedía solidarizarse con los otros, y como si fuera la indiferencia a las vidas paralelas esa única Ley que regía su manicomio espontáneo.




®Adrián Mariscal-2008