sábado, 27 de diciembre de 2008

Efecto Dominò



Noviembre es eterno… la calle no es la misma desde que tú no estás, en las tardes gruñe el desconsuelo y el mirar de las ventanas se deshace al mayoreo: ruge el perro, ladra el gato, todos gritan, sordo el necio. Mi columna vertebral se desdobla en escalones por un dolor producto de horas de tráfico sentado frente al computador. La ciudad está vacía, como siempre lo ha estado, pero ahora los suspiros del aire caminan sobre sí mismos, los tejados de las casas se derrumban como templos en post-guerra y los colores son sacrificados, sustituyéndose por tonos de blanco y negro como en un retrato antiguo.

Me siento atrapado entre un olvido involuntario, sé que la tristeza es momentánea, que como en los olmos, la primavera ha de volver, pero recordarte me hace añicos la esperanza y ésta es dirigida hacia la caja trituradora, donde el presente es desgajado como cáscara de fruta y devorado por el miedo.

Respiro hondo, cuento hasta tres, o hasta cuatro y cinco. Al instante te pienso como un personaje de còmic con su nubecilla de ideas en la que se dibuja un rostro parecido al mío, es probable que me pienses, o acaso es pura ilusión. Mentiría si aseguro que me aturde tu ausencia, es teatro e histrionismo pretender que me pierdo y me reencuentro si me faltas, pues debo reconocer que me excita no verte por cuestiones de hipocondría personal. Admiro mi astucia de inventar pretextos tan creíbles que solventan tu posesión, y yo idolatro tu manera de fingir que nada pasa, porque mientes proponiendo destruirte en efecto dominó:



Primero un golpe



Y otro más…



Luego nada
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Solo caes
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®Adrián Mariscal-2008

martes, 18 de noviembre de 2008

Sòlo tal vez



Entiendo que debas irte, pero si has de volver
Procura regresar con una sonrisa a viva voz
Capaz de resucitar en mí el sentimiento desgastado
Y tal vez me digne a corresponderte con otra sonrisa disimulada
O con un abrazo desesperado por el tiempo perdido
O con uno de esos golpecitos en el hombro que llevan consigo un intento de abrazo frustrado
O con un insulto por dejarme en suspenso cuando esperaba más de ti
(Por supuesto salido más por furia que por sentirlo)
¿Amor apache tal vez será?
Opción posible, sólo tal vez.

Pero tal vez no vuelvas y permanezcas congelado en un clima invernal
O tal vez al volver me encuentres inconciente y perdido en otro “mundo”
O nos invada un sentimiento recíproco de pretender fingir que nos desconocemos
Tal vez tu llegada sea tarde o demasiado temprano
Tal vez a tiempo
Sólo tal vez.





®Adrián Mariscal-2008

martes, 4 de noviembre de 2008

Trata sobre el error del Doctor Hank



El Dr. Hank perdió la cabeza, no por nadie ni alguna de esas subjetividades a las que se refieren los enamorados cuando se proponen ser cursis, tampoco voluntariamente, ni se sabe el lugar, hora o procedimiento preciso; al decir que el Dr. Hank perdió la cabeza es porque simple y llanamente, perdió la cabeza. De no ser porque su esposa grita al amanecer escandalizada por ver un bulto decapitado en el lugar de su cónyuge , él mismo no se habría dado cuenta de su ausencia. Incluso le parecía increíble poder caminar con toda seguridad por lugares públicos y comer en un restaurante como cualquier otro mortal aun a reserva de su cabeza, no pregunten cómo le hacía para engullir alimentos pues él mismo lo desconoce, pero puedo contarles que la gente se sorprendía al mirar comida flotante en el aire y desintegrarse en partículas mezcladas con espumarajos de saliva para terminar desviándose por su garganta invisible. También podía hablar con su cuerpo y sus manos y tuvo que verse obligado a aprenderse el lenguaje dactilológico para poder comunicarse a través de señales, solía recurrir a este método salvo cuando había alguna idea que no pudiese expresar, y es entonces cuando tomaba una hoja de papel y escribía o dibujaba según la complejidad.

Para él, la vida sin cabeza en lugar de atormentarle le parecía más interesante, hasta un día antes era un simple doctor en ciencias que pasaba inadvertido sin honor ni gloria, en cambio después del suceso, imprevisible, cabe señalar, su vida dio una vuelta total para situarlo en su misma ciudad como un fenómeno digno de la atención de hasta el personaje más despistado. El único inconveniente es que las madres tuvieran que taparles los ojos a sus hijos cuando él pasaba por las calles para evitarles el pánico o ahorrarse la respuesta a preguntas incómodas como: “¿por qué ese señor no tiene cabeza?”, ya me imagino a las pobres madres sudando de impotencia al intentar justificar una cuestión que ni ellas mismas comprendían; peor situación era el tener que lidiar con jóvenes que lo fastidiaban lanzándole piedras o gritándole provocaciones como “¡señor cabeza hueca!”; no era divertido tener que recurrir a la típica técnica de correr tras sus agresores tal cual monstruo de horror como única defensa.

Aunque el Dr. Hank careciera de cara, él podía ver perfectamente la luna y las estrellas, leer un buen libro, oler el aroma de las rosas o degustar un chocolate en forma de huevo, sus favoritos; finalmente el verdadero problema no era la falta de cabeza, como la gente a su alrededor lo pensara, o como por falta de detalles este relato lo hiciera creer, el meollo del asunto era ser poseedor de una cabeza invisible a los ojos ajenos resultado de un experimento que emprendió en su laboratorio cuando untándose una pomada que llamó “invisibilina” buscaba remediar sus defectos faciales.

¡Pobre Doctor Hank!, por un momento olvidó que el hombre no puede ir en contra de su naturaleza y por estar procurando una solución a un problema irreal, la pomada actuó con el mismo efecto que la perfección inexistente.

El Doctor Hank perdió la cabeza, no por nadie ni alguna de esas subjetividades a las que se refieren los enamorados cuando se proponen ser cursis, tampoco voluntariamente, ni se sabe el lugar, hora o procedimiento preciso; al decir que el Dr. Hank perdió la cabeza es porque la encontró en su laboratorio, anclada a un asta de acero y con una frase en cursiva grabada en la frente:


“Morir es un error”



®Adrián Mariscal-2008

martes, 28 de octubre de 2008

La cama amaneció amarilla



La cama amaneció amarilla, en las sábanas se pintan con sombras las ramas de los árboles supremos que se asoman por la ventana desde el jardín. No es que quiera culparte del mal-humor en que despierto, ni hacerte responsable de las deudas que he ganado en mi pasado gris y mucho menos que este día tenga finta de pasar al calendario como uno más en que amanezco-como-duermo. Si digo que mi cama está amarilla, es porque sencillamente el sol la ha iluminado.

Si estuvieras a mi lado, ya te habrías curado el ánimo al ver mi malsano berrinche porque tengo frío y no soporto el sol. En días peores me sucede desnudarme en plena nevada por mero exhibicionismo, pues he de suponer que se aproxima el invierno, y, cuando éste llega, mi sonrisa es espontánea, no como en el resto del año en que soy un autómata con cara de sargento mal pagado.

Hoy, en cambio, por alguna extraña razón amanecí inspirado. Tanto tiempo intentando formarme un pensamiento y ahora que lo tengo, lo dejo ir. No tengo espacio en la agenda para dedicarme al ocio improductivo, asuntos más importantes hay por resolver como trazar un plan para matar al mundo y conspirar conmigo mismo para deshacerme de mi sombra, debido seguramente a que justo ahora tener una sombra no me sirve de nada, es sólo una mancha que me atañe una carga restándome agilidad.

El resto del tiempo escribiré garabatos que ni yo me entienda o intentaré contarte las pequitas en mi mente, tarea intensiva desde luego, pero ¿hay acaso sensación más grande en esta vida que soñar despierto con tu cara adormilada?

El librero bosteza al mediodía, y lanza al suelo un libro rojo que me recuerda que tengo que aprenderme el guión de una obra de teatro que aún no he escrito. Entra el viento a bocanadas por la ventana, me irrita los ojos, me deforma las ideas, me levanta el vestido imaginario -tal cual Monroe-, e insulto a la progenitora de quién sabe quién.

Medito tres segundos. Si escribo fragmentos anecdóticos es porque entre su incoherencia busco hilar un orden a mi vida, como armar un collage de momentos recientemente inútiles que entre su desorden siempre ocultan un dejo de relación.

Justo ahora no encuentro la total intención de estos versos amputados, sé que existo y ¿qué hay después?, después hay niebla acumulada entre el suelo y la pared, la imagen de un espejo en el que no me miro, fantasmas en penumbra, nada más que fantasmas y letras incompletas que dicen necedades…

* Nota: Si busca en este texto mal parido algo más que el desahogo de un extraño, pierde su tiempo, y por lo tanto -y después de tanto- quémelo después de leer.



®Adrián Mariscal-2008

martes, 14 de octubre de 2008

El puto invisible


En sociedades como la nuestra, se discrimina la raza, el sexo, parentesco y religión. Se menosprecia a los mancos, sordos, mudos y tuertos. Se critica a los gordos y flacos, a los negros, blancos, amarillos y hasta a los rojos. Son obviados los iguales y censurados los diferentes; odiados los villanos e ignorados los santos; omitidos los sabios y mutilados los tontos; escupidas las monjas y crucificadas las putas…

¿Y qué con el puto? - pregúntome yo - ¿será acaso muestra de que el machismo no ha muerto?...






®Adrián Mariscal-2008

martes, 23 de septiembre de 2008

El retrato lùcido

imagen por Cherry Wood


En mi vida había visto semejante obra artística, juraría sin temor a exagerar que al ver la pintura mis sentidos se erizaron sin explicación alguna. Era aquel cuadro un retrato que de mirarlo con quietud parecía cobrar vida y embarcarte a otra superficie. Los labios evocaban un conjuro tan maligno como seductor que te invitaban a pecar y temerle al mismo tiempo, el cabello rizado lucía de tal forma que sus finísimas texturas parecían reales. Los gestos de pánico y misericordia, las muecas de tristeza y resignación provocaban que la mirara sin tomar descanso; pero lo que más me llamaba la atención eran sus ojos, la mirada penetrante se clavaba en mis pupilas y lograba encausarme hacia un arrepentimiento moral como si me culpara de un crimen cuyo asesino encarnara en mí.

Tuve ganas de tocarlo pero fue más el miedo de provocarle una lesión, y es que era el rostro tan perfecto y tan humano que una réplica del mismo debía costar una fortuna; además la mezcla de radioactividad y tensión contenidas en el retrato me orillaban a pensar que detrás del botón de su diadema se encontraba un agujero disimulado de una puerta abierta hacia otra dimensión en la que una bruja nefasta planeaba robarse las almas de los espectadores , pues de tan solo mirarlo sentía como un brote de energía me era robada escapando de mis manos y dificultándome la respiración. Necesitaba escapar del retrato, pero mis esfuerzos eran opacados por el imán de la atención que me retaba a descifrar un misterio que bien podía encajar con la investigación que me fue asignada, aunque esto significara asumir un riesgo letal.

Me preguntaba si la señora Morgan estaba enterada sobre los poderes de su cuadro, pero cuestionar tan improvistamente a una dama tan respetada en ciudad Versalles era quemar sobre la fogata una carta clave en el juego. Debía contenerme a cuestionarla tan impulsivamente y resignarme a idear un mecanismo implícito para hacerla responder sin que se diera cuenta, finalmente era ella la propietaria de la obra, ella y nadie más. No podía correr el riesgo de morir en la batalla sin esclarecer mis dudas.

Sospechaba que alguien me miraba desde algún punto de la maquiavélica galería de cuadros circunscritos, porque una luz incandescente iluminaba mi perfil izquierdo para dificultarme la observación. Después los cuadros de Van Gogh, Picasso y Wood se elevaron 5 centímetros de su ubicación inicial abriendo paso a una franja blanca sobre la pared que invitaba a mirarla sin querer por el contraste radical con la oscuridad predominante en el recinto. En ese grado de luz era ya difícil hacer uso de la vista. Después, un grito distorsionado llegó hasta las bocinas de alta frecuencia calando insoportablemente en mis oídos. Deje entonces de pensar en la disfunción de mis sentidos pero la falta de aire comenzaba ya a desventilar mi cerebro, y sin poder pensar de manera efectiva, buscar una salida se tornaba un laberinto. Lo último que podía hacer era caer al piso dejándome vencer por un vértigo superior a mí, pero aun debilitado rendirme era impensable.

Sentía que un individuo estaba cerca porque unos pasos bien marcados por el pasillo se detuvieron al roce de unos pies contra mi cara. Y fue entonces como aun sabiendo que encontrarle forma a cualquier figura en las condiciones en las que me encontraba era tarea difícil, pude reconocer en la silueta de aquel personaje a la mismísima Deborah Morgan, quien con esa voz imponente y gutural característica se dirigía hacia mí diciendo:



¡Bienvenido a casa señor Enríquez!


Continuará…
®Adrián Mariscal-2008

martes, 16 de septiembre de 2008

Mentirle a ella





No podría mentirle a ella porque si fuera de carne defraudaría al indefenso que creyó siempre en mí. A todos, pero nunca a ella: no en este momento en que precisamente el sentido reclama necesitarla para llorarle un rosario, que hace falta sentir que me escucha porque a nadie hace mal desahogar esta pena…que si no es ella, ¿quién?, ¿quién puede lidiar con el tormento equivocado sin pretender correspondencia?- sólo ella: tan buena, tan noble y serena.

Una corona sobre su cabeza vendría a ser un regalo en señal de lealtad, pero a ella no le hace falta porque es tan humilde que preferiría las ofensas en lugar de ser reina, pobre ilusa y tonta-terca, ¿preferir las ofensas? ¿Preferir la condena? ¿Preferir salvarme a salvarse ella? Pobre de ella.

¡Levantadme y a andar!, deja de creerte yo y comienza a ser ella; pero no me dejes aquí, no ahora, llevadme contigo y cuando muera podrás despedirte y seguir tu camino, porque alguien supremo ha decidido que estés conmigo aunque seas mi rival-enemiga. ¡No te rindas, nunca lo intentes!, rompe tu disfraz y elévate al viento para luchar por ser libre, y después volverás conmigo como siempre lo haces. Vendrás a abrazarme y limpiar mi llanto, a juzgarme y después perdonarme. Yo te rezaré mientras finjas ser ella aunque tú y yo sabemos que somos lo mismo, las dos mitades de un ser completo, indefinidos, inseparables.

Que si el espejo me dice que yo soy yo he de responderle que también soy ella, nunca idénticos pero siempre lo mismo. Soy semejante después de negarla porque inevitablemente vuelve a mí como un karma, como un Deja-vu de mis vidas futuras, y como la reina y mendiga a la que llamo conciencia






Conciencia:
Porque mentirme a mi mismo es mentirle a ella.








®Adrián Mariscal-2008

viernes, 12 de septiembre de 2008

Soñè que era un homùnculo

Imagen por Petrocinella


Soñé que era un homúnculo violento y desfigurado
Y que en cada intento de atacar atentaba contra ti
Soñé que era una mancha, una de sed y otra màs grande de espejismo
Que yo era todo lo que he perdido
Y que no quedaba nada de lo que he ganado (entre tanto, por supuesto tú)

Soñé algo tan realista como un oso polar enjaulado en mi azotea
O tan común como una falda enorme amarrada a mi cintura
Y un matrimonio ilógico con el otro ajeno a ti/
Vil locura que nos desune/
Ruin demencia que nos mata

Soñé que no hace tantas vidas que podía engañarte sin remordimientos
Y que podía creerme el libro que nos traza
Soñé que no era nadie y sólo así podía ser el autor que me creaba
Y después solía inventarte para no sentirme solo







®Adrián Mariscal-2008

sábado, 6 de septiembre de 2008

Casi perfecto



Si no me conociera juraría que el hombre del espejo era yo…ese objeto sin alma capaz de jactarse de su insensibilidad, de su presunción desmedida y de su casi perfección. El hombre tocaba su rostro asimilando cada centímetro de piel para detectar probables desperfectos, minuciosamente peinaba su cabello acomodando cada hebra en su lugar, todo cuidado en él era obsesivo y necesario, y a partir de entonces se prohibió consumir cualquier especie de chatarra, pues sus 69 kilogramos lo hacían sentir en el gran límite de la robustez. Recuerdo haberle visto cabizbajo antes de probarse esos jeans Versace que de momento le alegraron un poco, pero después de completar el conjunto de moda su cara tomo otra expresión; era verdad, hasta hace unos instantes lucía triste y por un momento parecía que rompería en llanto, no obstante mirarse al espejo era el mejor consuelo que le quedaba, porque incluso en el peor de los casos aquella ceremonia narcisista le devolvía la autoestima que su rompimiento amoroso le quitaba. Lo mejor que podía pasarle era sonreírse a sí mismo coqueteando frente a su reflejo y salir a la calle sintiéndose totalmente reinventado, sentir las miradas en masa desatadas hacia él como si en cada una de ellas lograra recuperar esa autoimagen que perdiò.


Seguro que si Grettel lo veía, unos ataques de rabia emanarían bosquejados en sus facciones de muñeca perturbada por notarlo tan apuesto, a cualquiera en su lugar le entraría una terrible añoranza de no poder tenerlo nunca más, de verlo pasar triunfante con la resignación de que a partir de entonces sólo la vería como a una simple conocida. En fin, Patrick, como he de nombrarlo desde ahora, estaba decidido a comenzar una nueva vida lejos de sus fantasmas interiores y con la sensación de haberse quitado una carga de encima que le daba a su caminar un paso más ligero.

Si no me conociera juraría que ese hombre era yo, pero sé que me conozco incluso más de lo que creo y por tal razón he de llamarlo Patrick, sí, Patrick suena buen nombre, casi homónimo, casi perfecto.



®Adrián Mariscal-2008

martes, 26 de agosto de 2008

La quinta demencia


Imagen por A fear called treason


Cuando murió, todos en casa parecían pisar otro mundo. No había mención ni de la más minúscula palabra, era como si el lenguaje verbal dejara de existir y reviviendo a la comunicación ancestral los sonidos y las imágenes cobraran todo sentido. Bastaba mirarles a los ojos para percibir la más miserable de las emociones humanas, la forma más ausente de morir en vida. Unos frente a otros no pactaban compartir miradas, se desconocían completamente, hubo un momento en que una mujer tocó las manos de su contiguo pero sólo fue para arrebatarle un pañuelo. Tras las ventanas, se encontraba esa calle con ruidos nefastos como el aleteo de un pájaro, el caminar de un niño o la caída de las hojas de los robles, hasta el soplido del viento retumbaba escandaloso entre ese luto contenido.

Era otoño, y no sólo caían las hojas, caían a mares los lamentos desde el techo, caían los rostros y los cuerpos de los afectados hasta el suelo donde se apilaban unos sobre otros, caía la luna tras la tarde repetitivamente y sin darme cuenta también caía un llanto que mojaba mi cara: no eran mis lágrimas como habrían de entenderse, eran las de un par de adultos ligeramente viejos que afirmaban entre quejidos que el difunto había muerto injusta y prematuramente, por un momento me recordaron a mamà y papá pero dudé más de una vez en asegurarlo porque ellos nunca lucieron tan decaídos, sus bocas se abrían desesperadamente y lanzaban gritos que hacían eco contra la pared, los otros parecían no mirarles, en realidad a nadie le importaba nadie, cada quien en su órbita lidiaba con su propio dolor. Pensé en llamarlos egoístas por tanta aberración al sufrimiento ajeno, pero una risa incoherente al ambiente interrumpió mis intenciones, volteé alrededor para señalar entre tanta gente a semejante descarado, hasta notar que la risa discordante emergía de mí, que era yo quien entre llanto y risa se desgarraba por reconocer en el féretro ese rostro sin vida que algún día el espejo me mostró.




®Adrián Mariscal-2008

viernes, 15 de agosto de 2008

Ese cuento cotidiano


Cuando Bella despertó sabía que habían pasado 100 años desde aquel hechizo que la mantuvo dormida durante tanto tiempo – ¿dónde está mi amado príncipe? – se preguntaba histérica, pues si mal no recordaba, el beso de un apuesto príncipe que le propondría matrimonio sería el antídoto contra el hechizo de esa malvada bruja. Esperar despierta le provocaba pánico, ¿en qué clase de cuento se encontraba?, y para no impacientarse se dirigió al tocador de su habitación para dedicarse a su arreglo personal, desconocía los motivos de la tardanza del príncipe Azul, pero fuera cual fuese el motivo no había pretexto para que no la encontrase espléndida. El pánico la invadió de nuevo cuando al verse al espejo pudo apreciar que sus ojos lucían màs ojerosos que los de una hembra mono en época de apareamiento, su cabello no podía estar màs opaco y enmarañado, bien podía ser usado para la escoba de la bruja màs terrorífica de la ciudad real. Ni que decir de su piel, lucía traslúcida y cansada - ¡OH No! – exclamó Bella, avizorándose de que 100 años no pasaron en vano sobre su rostro y su cuerpo. Sin resignarse, tomó algo de maquillaje para disimular la hinchazón de los ojos: un poquito de sombras y un poquito màs de corrector facial, después con un peine comenzó a acariciar su cabello para darle un reacomodo, finalmente un brillo labial para combatir la sequedad de su boca, pues todo debía estar listo para el beso de su esperado príncipe.

A continuación volvió a su cama y acostándose en posición fetal se forzaba a dormir para no alterar el final de la historia…pero para su sorpresa, el reloj seguía marcando las horas y ningún hombre aparecía. Por un momento creyó que el escritor del cuento que protagonizaba siempre mintió, sobretodo en la parte en que narra que al despertar después de 100 años se encontraba tan joven como siempre, y por supuesto empezaba a dudar también de la existencia del príncipe. - ¡Maldito seas Charles Perrault! – gritaba Bella y simultáneamente lloraba inconsolable, sus gritos se confundían con el llanto y viceversa, o tal vez ambos sentimientos eran parte de la misma rareza.

De repente, un hedor insoportable empezó a distraerle tanto que se olvidó del llanto, apestaba a hospital sin presupuesto, una mezcla entre medicamentos letales y ese olor que tienen los lamentos y la desesperanza en un lugar como tal, así de inexplicable era el hedor. Miraba hacia al suelo, y meditaba en que éste junto con el techo formaban una quinta y sexta pared que la encerraban en un cubo histérico. Después en el cubo se abrió una puerta y miró unos pies caminando hacia ella, un dejo de alegría y otro tanto de melancolía se acumulaban en esa sonrisa espontánea al reconocer a un hombre, se trataba de “Azul”, ¡sin duda era su príncipe Azul!...Bella corrió a abrazarlo y como para comprobar una vez màs que la realidad poco concordaba con el libreto del cuento ella fue quien le robó el beso, pero el beso tampoco resultó ser esa enorme experiencia que creyó, ni siquiera fue correspondida y sintiendo furia por el rechazo atentó contra él: un golpe en el pecho y después otro en el hombro fueron la respuesta a la indiferencia, y cuando se disponía a abofetearlo, Azul le sostuvo el brazo y gritó el nombre de una mujer que le trajo a Bella malos recuerdos, le pidió a esa mujer que le colocaran una camisa de fuerza y la calmaran…Bella no recuerda nada màs después de eso, sólo unos lamentos confundidos con sus recuerdos y un espacio blanco que la rodeaba, comparaba a ese espacio con una página en blanco. Seguro que esa mujer era la bruja que celosa por encontrarse con el príncipe la envió a dormir durante 100 años màs…

















¿Está seguro que el calmante para dormir es lo mejor que podemos hacer para ayudarla? – preguntaba la enfermera Sarah al Doctor Henrik.
- Descuida, dejo de ser un psiquiatra si ese suplemento somnífero no es eficiente para calmar su ira. Desde que su familia la entregó al manicomio ni las terapias han servido para sanarla del trauma de haber sido desertada en plena boda por quien creyó el amor de su vida. ¡Pobre Aurora!, al parecer estaba tan despechada que se impidió la posibilidad de conocer a alguien màs creyendo que quien la traicionaba era su verdadero príncipe Azul, y fue entonces como el real nunca llegó. Ahora sólo le queda el mismo nombre que el de la Bella durmiente, ja, ese cuento cotidiano.

El Doctor Henrik dio a Sarah una palmada en el hombro al notarla preocupaba, se justificó diciendo que el presupuesto del manicomio no daba para màs, además aún quedaban muchos enfermos por atender y le mencionó que por si no fueran suficientes los locos del manicomio, fuera de él había millones de ellos sin tratarse, sólo se diferenciaban de los internos en creerse cuerdos y transitar por la vida como si no fueran concientes ni de ellos mismos, como si en cada uno se encontrara un mundo distinto que les impedía solidarizarse con los otros, y como si fuera la indiferencia a las vidas paralelas esa única Ley que regía su manicomio espontáneo.




®Adrián Mariscal-2008