¿Y qué hacía un elefante estacionado en la banqueta?- se preguntaba Marie. Prolijamente pinchaba la última sutura para recomponerle el brazo. Pensaba en la majestuosidad del animal, lo bestialmente enorme que debió haber sido para de un pisotón desintegrarlo, o lo suficientemente microscópico para pasar inadvertido por su camino. ¿Tuvo que haber terminado así?- caviló cuando mirándolo con extrañeza no podía dar crédito a la forma de su torso- “era tan…tan abstracto”- rumiaba con la ceja izquierda levantada y los labios pálidos. De repente recordó la anécdota del hombre que murió asfixiado por un beso, o de aquél quien una vez herido definió su desenlace cavando un socavón para enterrarse a sí mismo. ¡Qué manera tan mediocre de joderse la vida!
Lo que seguía era cocerle diez puntadas a su dedo índice, el pobre había quedado tan remachado como un puré de papa. Una costurita por aquí y otra más por allá. En cuanto a la cabeza-“ni cómo hacerle”- sería mejor lanzarla desde el octavo piso del edificio, o reventarla con una carga de dinamita marca ACME, y una vez en trozos, añadirlos como ingredientes a un cóctel de rarezas- seguro que era comestible- insinuaba. Los pies fueron sustituidos por dos bloques de cemento pintados con técnicas Riverezcas, y como toque final un pincelazo tono acre disimulado en el ombligo. ¡Ni que Van Goght ni que Picasso!- festejaba Marie mientras forcejeando los detalles de su obra de arte se convencía de no dejar rastro de vida en su lienzo voluntario.
Por lo demás, cero drama y sentimientos de culpa. Durante la exposición diría que cuando llegó ya estaba muerto o que un rayo errante y veloz le partió la cara en dos. Y si cualquiera que la juzgase dudara acerca de su honestidad, delataría al amigo Shelley quien mordaz certificó que Frankenstein regresa…
Lo que seguía era cocerle diez puntadas a su dedo índice, el pobre había quedado tan remachado como un puré de papa. Una costurita por aquí y otra más por allá. En cuanto a la cabeza-“ni cómo hacerle”- sería mejor lanzarla desde el octavo piso del edificio, o reventarla con una carga de dinamita marca ACME, y una vez en trozos, añadirlos como ingredientes a un cóctel de rarezas- seguro que era comestible- insinuaba. Los pies fueron sustituidos por dos bloques de cemento pintados con técnicas Riverezcas, y como toque final un pincelazo tono acre disimulado en el ombligo. ¡Ni que Van Goght ni que Picasso!- festejaba Marie mientras forcejeando los detalles de su obra de arte se convencía de no dejar rastro de vida en su lienzo voluntario.
Por lo demás, cero drama y sentimientos de culpa. Durante la exposición diría que cuando llegó ya estaba muerto o que un rayo errante y veloz le partió la cara en dos. Y si cualquiera que la juzgase dudara acerca de su honestidad, delataría al amigo Shelley quien mordaz certificó que Frankenstein regresa…
®Adrián Mariscal-2009
2 comentarios:
Siempre sorprendente. Una obra de arte impactante, seguro.
Tambièn me la imagino impresionante, pero pobre de Marie si la delatan, jeje
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