domingo, 14 de febrero de 2010

La Calle de los Locos

Todas las mañanas se levantaba temprano para desamarrar a la jirafa que dormía atada a un árbol. Miraba cuánto habían crecido los zapatos plantados en el jardín, cocinaba amor al horno como aperitivo matutino, una suerte de brebaje con tintes rojos que sólo Dios sabe de dónde provenían. Se llamaba María pero eso nadie lo sabía.

Le gustaba cantar a gritos, elevar la voz como lo harían los cachorros lobo para llamar a su madre, cantaba durante horas al ritmo de canciones populares mal entonadas. Hasta sentir que los músculos de la faringe llegaban al límite de su tolerancia. Creía en los gnomos pero temía a los fantasmas. La última noche durmió cubierta de maquillaje, pálida la cara, y envuelta en sábanas blancas. Pretendía que la considerasen una entre ellos, camuflarse pues, o protegerse. Se llamaba María pero eso nadie lo sabía.

¡Mira como baila María! (aunque eso nadie lo sabe) meneando las caderas a la vez que pasea en su escoba. Le gusta viajar de madrugada por la sala, la calle o la montaña. ¡Mira cómo succiona las flores con su olfato y se calza de arena los pies y de pasto se pinta la cabeza!. ¡Mírala ahí!, sentadita en la Nada, esperando a que Hija regrese y un aplauso le ovacione por contar hasta Diez...

¡Ahí viene la Loca!- advertían los vecinos. ¡Mamáa, la Loca!- gritaba un niño. ¡Controlen a la Loca!- tarareaba un adulto. ¡LOCAA!!- coreaba un grupo de mujeres al compás que corrían en dirección opuesta. La Loca estaba aquí y allá y, en todas partes. ¡LOCA! ¡LOCA! ¡LOCA!- se decía a si misma María, sonriendo o llorando. Daba igual, porque su nombre era María, pero eso nadie lo sabía.


®Adrián Mariscal-2010