sábado, 25 de abril de 2009

Frankenstein regresa

¿Y qué hacía un elefante estacionado en la banqueta?- se preguntaba Marie. Prolijamente pinchaba la última sutura para recomponerle el brazo. Pensaba en la majestuosidad del animal, lo bestialmente enorme que debió haber sido para de un pisotón desintegrarlo, o lo suficientemente microscópico para pasar inadvertido por su camino. ¿Tuvo que haber terminado así?- caviló cuando mirándolo con extrañeza no podía dar crédito a la forma de su torso- “era tan…tan abstracto”- rumiaba con la ceja izquierda levantada y los labios pálidos. De repente recordó la anécdota del hombre que murió asfixiado por un beso, o de aquél quien una vez herido definió su desenlace cavando un socavón para enterrarse a sí mismo. ¡Qué manera tan mediocre de joderse la vida!

Lo que seguía era cocerle diez puntadas a su dedo índice, el pobre había quedado tan remachado como un puré de papa. Una costurita por aquí y otra más por allá. En cuanto a la cabeza-“ni cómo hacerle”- sería mejor lanzarla desde el octavo piso del edificio, o reventarla con una carga de dinamita marca ACME, y una vez en trozos, añadirlos como ingredientes a un cóctel de rarezas- seguro que era comestible- insinuaba. Los pies fueron sustituidos por dos bloques de cemento pintados con técnicas Riverezcas, y como toque final un pincelazo tono acre disimulado en el ombligo. ¡Ni que Van Goght ni que Picasso!- festejaba Marie mientras forcejeando los detalles de su obra de arte se convencía de no dejar rastro de vida en su lienzo voluntario.

Por lo demás, cero drama y sentimientos de culpa. Durante la exposición diría que cuando llegó ya estaba muerto o que un rayo errante y veloz le partió la cara en dos. Y si cualquiera que la juzgase dudara acerca de su honestidad, delataría al amigo Shelley quien mordaz certificó que Frankenstein regresa…





®Adrián Mariscal-2009


jueves, 9 de abril de 2009

Confieso que matè a Juliette


Primer Acto:

* Hombre sentado en una silla eléctrica, luce exhausto y resignado, no muestra síntomas de consternación ni se rehúsa a la sentencia, por el contrario, se arrellana en la silla placidamente y se dispone a meditar con los ojos semiabiertos. Entre pestañas puede mirar a su madre llorando, la misma con quien se negó a compartir sus últimas horas. Su último deseo: 10 minutos para hablar sobre la muerte de Juliette…


Confieso que maté a Juliette, si es que eso ayuda a simular un estado de justicia y, sin embargo garantizo que no fue un crimen sino un acto de bondad. Confieso que el día de su muerte me vestí de gala como quien asiste a una ceremonia, ella por su parte hizo lo mismo, modeló en su cuerpo el mejor de sus vestidos, se perfumó los brazos y de su pecho hizo un mapa por donde viajarían mis huellas…


Tenía conciencia de su punto débil, su estrategia era morir con arte y con honor. Otra mujer en su lugar se habría espantado al recibir una carta en la que le amedrentaran, pero ella, Juliette, era una entre un millar. 

Si me solicitaran calcular su edad diría que tenía la edad del mismo infierno sostenido en una estrella, tenía cinco, sesenta o treinta y tantos, solía ser tan inocente como una niña que no distingue la maldad, o una joven núbil que con desmedida belleza atrapa en su cuerpo los sueños más perdidos de un hombre fetichista, o una anciana sabia y legendaria que adivina pensamientos y se atreve a deducir el futuro. Sin temor a equivocarme supongo que Juliette no tenía edad.

¡OH Juliette!, tan pulcra e infinita, confieso haber atestiguado el método con que te robaban la vida e incluso así reclamar mi inocencia, yo sólo fui el testigo por el que la muerte se condujo hacia ti para tomarte entre sus brazos. La perfección nunca ha podido ocupar un espacio en este mundo de mortales.

Juliette creó la poesía y la música, la naturaleza y la palabra justo antes de nacer, ella nació el séptimo día, tremendo error si se supone descansaba el creador, fue un descuido, un accidente o, peor, un aborto de pensamiento condenado a vivir sobre la tierra. 


Si yo la maté, es incierto, pues incluso revelando el nombre del verdadero criminal, yo habría de morir con la seguridad con la que todos lo haremos algún día, y sería mejor sucumbir en acto heroico por guardar el secreto sobre su muerte que hacerlo en manos de un autor protegido por las leyes del Estado y de la Iglesia.

Confieso que maté a Juliette, y entonces cuál es la diferencia entre mentir por sometimiento o porque diciendo la verdad obtendría el mismo resultado?... si él dijo que lanzaran la primera piedra, háganlo antes que sus manos señalen a los verdaderos culpables desu muerte.


* La silla eléctrica libera una descarga que deja al hombre sin vida en apenas un instante. En el cuarto se respira un ambiente de tensión y culpa justo a un lado de la sensación de haber determinado lo correcto. La muerte de Juliette ha sido vengada según sus delatores. Los pisos del lugar de pronto son barridos con escobas de justicia…no hay tiempo que perder, horas más tarde debe ser juzgado el próximo condenado. Todos los arreglos están listos para que Juliette vuelva a morir.




®Adrián Mariscal-2009