martes, 10 de febrero de 2009

El dìa que perdì la memoria

Recuerdo poco, muy poco en verdad. Unos zapatos de charol ensangrentados bajo un mosaico de vidrios. Rostros sin cara, una docena de ellos quizá. Un curita cubriendo una hendidura en el centro de mi mano. Y unos labios de seda, lubricados, los de él.

El Señor G me obligó a creer que después de ese día, yo no era nadie, que mi vida nació desde aquella partícula de tiempo en que volví a ver la luz. Si para mí era absurdo en ese tiempo, ahora me resulta ofensivo y hasta grotesco.

¿Obligarme a aceptar que era yo una cosa naciente y casi nueva? ¿Entregarme a los padres equivocados que me recibieron cual si fuera un obsequio que les alegraría la vida?: ellos eran jóvenes, demasiado jóvenes para poder ser considerados mis padres naturales, resultaba ilógico que encargara mi tutoría a un par de jovenzuelos más o menos de mi edad.

Yo era vulnerable, indefenso para entonces, debía aceptar lo que el Señor G decidiera o me borraría del mapa por más absurdo que parezca. Habría deseado recordar más detalles de mi vida que los zapatos, el curita o los labios, esos labios, los de él (quién era él).

Sentí que la conciencia me traicionaba por un momento, que el corazón se aceleraba y cuando intentaba recordar y hablar no podía hacer más que llorar. El llanto se convertía en la única manera de comunicación y defensa natural; qué estùpido-frágil era yo, había perdido la razón con toda seguridad.

G me encargó con el par de mozos, quienes no paraban de hacerme bromas y disfrazarse de tontos para hacerme reír, también recuerdo haber estado sumido en una tristeza extrema, con la cara pálida y el alma dividida en canales como un desmayo.

Recuperar toda capacidad para valerme por mí mismo era tan absurdo como huir de quienes me acogían sin saber quién era mi familia, mi lugar de origen y mis recuerdos. Depender de unos padres nuevos y desconocidos que me trataban como a un analfabeta sin poderlos maldecir o ¡maldita sea! agradecer, era un sentimiento indescriptible, inconcebible.

Pero era cuestión de tiempo, 10 meses después aprendí a caminar, dicen que las primeras palabras que pronuncié fue “mamá” y después “papá”, para entonces ya los apreciaba como tales, también fui prematuro al leer y escribí mi primer poema 6 años después, era una serie de versos forzados, tan vergonzosos que tuve que esconder cuando pude escribir mejor.

Hay algo memorable que sucedió en aquellas fechas: Dejaron de importarme los recuerdos, pues ya tenía las herramientas para comenzar a vivir una nueva vida y olvidarme del pasado, como sea que éste fuese…





pero qué hay de los labios?
esos labios como sólo los de él…
¿él?...
¿cómo era él? ...







®Adrián Mariscal

domingo, 1 de febrero de 2009

Su nombre es Debacle



He llegado a un punto en el que todo me parece absurdo. Absurda es la mañana que me pide levantarme cuando desearía seguir dormido, dormir de noche y de día, mezcla de vampiro y mortal, siempre a todas horas: cerrar los ojos: desaparecer.

Absurdo es no tener fe y que la inteligencia te abandone en decisiones estratégicas, no creer que puedes superar con creces al rival de tu reflejo. No tener talento para imaginar un rescate ni dinero para comprar a la imaginación. 

Compararte con el retrato del exitoso del pasado y sentir que no le llegas ni a la solapa donde guarda el ego. Absurdo es llorar sin conseguir sanar, hacerlo solo porque duele enfrentar-cobarde-un día más (o menos)…caminar a vuelta de rueda, un paso hacia delante y dos para atrás, sin medir las consecuencias de lo que es retroceder. 

Impulsarte invertebrado por el aire que te arrastra, reducido a una fuerza bestialmente superior. Ser intento de hecho y exento de acciones. Un ensayo que ha perdido la pasión para soñar.

Mientras recupero la fuerza para combatir la estupidez de fin de mes, les presento a mi enemigo:

Su nombre es Debacle

®Adrián Mariscal-2009